Como un mazazo nos sacudió la noticia de la muerte del cantante Nino Bravo. En la calle, el impacto fue fortísimo. Y no digamos en Valencia, tierra natal del malogrado intérprete, donde, a las pocas horas de conocerse el luctuoso suceso, empezaron a desfilar cientos y cientos de personas por el domicilio de Nino.
Había salido a temprana hora de la ciudad del Turia. Serían las siete de la mañana cuando Nino subió a su automóvil, un BMW – 2800 matrícula GC-66192, junto a su guitarrista, José Juezas, Miguel Diurni y Fernando Romero, miembros de un nuevo conjunto, denominado Humo, que iba a apadrinar casualmente Nino Bravo. Precisamente el motivo del viaje desde Valencia a Madrid se debía al hecho de que, a la tarde, Humo grabaría su primer disco en unos estudios madrileños.
Todo se truncó a la altura del kilómetro 95 en la Carretera Nacional III Madrid-Valencia, en el término municipal de Villarrubio, cuando el coche derrapó, saliéndose de la carretera y dando varias vueltas de campana. Uno de los ocupantes, José Juezas, resultaría con heridas graves; los componentes del grupo Humo, con lesiones, uno, de pronóstico reservado, y, otro, leves. Nino Bravo sufrió un violentísimo golpe en la cabeza que le produjo una irremediable conmoción cerebral. Trasladado junto a sus compañeros a un centro médico de Tarancón, fue posteriormente llevado en ambulancia, con toda rapidez, a la Ciudad Sanitaria «Francisco Franco», en Madrid. Poco después, serían las doce del mediodía, Nino Bravo dejaba de existir.
Con Nino Bravo desaparece uno de los cantantes españoles de música ligera de mejor voz y más destacada personalidad.
Un aprendiz de joyero
Escribe el cronista estas notas apresuradas con el corazón encogido por tan penoso acontecimiento. Cuando ahora van a surgir voces, con razón, recordado amistosos encuentros sostenidos cerca del ídolo roto para siempre, uno se precia de haberle conocido un poco para intentar este esbozo biográfico. Ya habrá tiempo de escribir más detenidamente sobre su vida y su carrera. Hoy, perdónesenos que su historia quede encerrada sólo en unas pocas cuartillas.
Nació Nino en la localidad valenciana de Ayelo de Malferit, aunque a los cuatro años se trasladaría con su familia a la capital. En Valencia, siendo un mocito, entró a trabajar de aprendiz en una joyería, no sé ahora si con demasiado entusiasmo, pero, desde luego, con escasa vocación, porque la música llena por entero su mente. Me decía el que fue su representante hasta principios de 1972, Jesús Carsi, que desde niño, Nino llevaba metida en la cabeza la idea de ser cantante. Una vez le refirió a Carsi que su abuela materna también cantaba en tiempos, pero que, por esas costumbres y prejuicios de siempre, en la familia no se la había autorizado a cantar profesionalmente, contentándose con actuar en festivales benéficos, tan pródigos en la rica región levantina, cuyos habitantes siempre han sentido auténtica pasión por la música.
El antecedente de la abuela parece ser el único que existía en la familia de Luis Manuel Ferri Llopis, que era el nombre verdadero de Nino Bravo, el menor de dos hermanos, nacido en el año 1944. Los Ferri, a su traslado desde Ayelo de Malferit a Valencia, habitaron un piso en la calle Visitación, 31, en el popular barrio de Sagunto, donde, por cierto, vinieron al mundo otros artistas de la canción, tales como Conchita Piquer y Adelfa Soto.
Primeros conjuntos
Aunque el auge de la música ligera en nuestro país es bien patente desde 1960, no ha sido nunca fácil destacar como solista. Por eso, el camino de cualquier novel que quiere ser cantante se inicia, por lo común, emparejado con otros chicos, formando un conjunto que, regularmente, interpreta en sesiones de sábado y domingo los éxitos del momento.
Nino Bravo no fue una excepción, pues, aun cuando siempre hizo gala de unos recursos vocales fuera de lo normal, tuvo que empezar con el inevitable grupo, pese a que él fuera, naturalmente, el solista del mismo.
Ese primer grupo que formó Nino Bravo se llamaba Los Hispánicos. La voz de Nino no había pasado desapercibida en los medios musicales levantinos y alguien le hizo una oferta para grabar un disco. Pero Nino, pese a que el contrato podía significarle salir del anonimato, fue fiel al sentido de la amistad y exigió que en la grabación participara igualmente su conjunto. No llegaron a un acuerdo, y Nino y sus compañeros se quedaron sin grabar el microsurco.
Pasaron dos años y Nino decidió probar fortuna con otro conjunto, que se llamó Los Supersons. Con él recorrió toda la región de Levante, con esa alegría e ilusión de quien empieza de nuevo el áspero camino hacia la fama. Aquel verano Los Supersons actuaron en Benidorm, y, aunque la calidad musical del grupo era aceptable, destacaba la voz varonil, recia y potente de Nino, su cantante solista. Alguien le ofreció un contrato en el extranjero, pero él tuvo que cumplir con el servicio militar en Cartagena, donde las ilusiones musicales empezaron a marchitarse.
Cuando hubo concluido la «mili», volvió a Valencia. Pensó que era difícil destacar en el mundo del pentagrama y, como había que ser útil a la familia, entró a trabajar como administrativo en una oficina.
Recital y primer disco
Los amigos de Nino quisieron disuadirle de su idea de abandonar la canción. «Con esa voz -le decían- te abrirás paso tarde o temprano». Aquellos consejos le hicieron mella y terminó por aceptar un contrato en una discoteca valenciana cuyo nombre, me parece recordar, era Victor`s. No estoy muy seguro, pero en uno de mis frecuentes viajes a Valencia, el editor de una publicación musical de aquella capital, Miguel Siurán, me presentó a Nino en dicho club, encomiándome las condiciones vocales del muchacho. Nino era por entonces un ídolo para la juventud valenciana. El citado Siurán, hombre metido en los negocios musicales de la región, se convirtió en manager de Nino Bravo, ayudándole a superar aquella incertidumbre entre la oficina y la canción.
Parece que le proporcionó los suficientes contratos para que Nino se convenciera de que podía llegar a ser una figura.
Perfila el cronista estas líneas guiado por una memoria que espero no me traicione. Fue el 16 de febrero de 1969 cuando hizo su presentación oficial en el Teatro Principal de la ciudad del Turia. El éxito fue apoteósico. Nino Bravo ya se sentía seguro en un escenario. Le bastaba su voz, como un torrente, en plena fiebre de los solistas de gran tesitura, como Tom Jones, Engelbert Humperdinck y John Rowless.
De ahí a grabar un disco, sólo un paso. Fonogram le firmó una exclusiva, y Nino Bravo, con su representante, se vino a Madrid y registró su primer disco. Las canciones llevaban los títulos siguientes: «Como todos» y «Es el viento», original de Manuel Alejandro. «Como todos» gustaba mucho a su cantante. Nino Bravo, en cuantas entrevistas se le hicieron, repetía siempre que en ella se veía reflejado. La letra decía así: Si yo nací, como todos nacemos, llorando, llorando… Si yo crecí, como todos crecemos, jugando, jugando… Si yo viví, como todos, soñando, soñando, y conseguí lo que tengo, luchando, luchando. ¿Por qué no puedo encontrar un amor como tú o como aquél si yo soy igual? ¿Por qué no puedo tener felicidad?
Para un cantante novel, un primer disco sirve de inicio para la rampa de lanzamiento. No vamos a decir aquí que «Como todos» abrió las puertas de la fama a Nino Bravo, pero le sirvió lo suficiente como para recoger excelentes críticas de los mejores especialistas musicales del país, e, incluso, aparecer en algún «hit parade».
Prueba de que el disco se repitió incansablemente por bastantes emisoras y que los mentores artísticos de Nino Bravo estaban muy contentos del nuevo lanzamiento, es que, en septiembre de aquel año, Manuel Alejandro compuso especialmente para él otro tema, «No debo pensar en ti», con el que tomó parte en el Festival de la Canción del Mediterráneo, en Barcelona. El tema no tuvo demasiada fortuna en el certamen ni tampoco posteriormente, pero la voz de Nino Bravo caló muy hondo entre quienes le escucharon.
‘Te quiero, te quiero’
Para quienes seguíamos las incidencias del mundo musical, Nino Bravo nos era ya un nombre familiar. La pena es que le veíamos poco por Madrid. Él y su representante, José Meri, entendieron que era mejor afincarse en Valencia, idea que siempre mantuvo el primero porque en su tierra se encontraba feliz por completo. Sólo últimamente creo que decidió adquirir un piso en la capital de España o, al menos, ya hacía viajes más frecuentes, pero, desde luego, su residencia definitiva siempre la mantuvo en la capital del Miguelete, donde también, hará dos años, montó una oficina que llevaba sus asuntos artísticos bajo el nombre de Brami, que respondía a las iniciales del patronímico y su primer apellido en el mundo musical, en la valenciana calle de Santa Isabel.
El auténtico «boom» en el verano u otoño -no puedo precisar ahora la fecha exacta del lanzamiento del disco en cuestión- del año 1970 fue una canción de Augusto Algueró, «Te quiero, te quiero», que significaría la total consagración discográfica de Nino Bravo. La cara B de ese disco se titulaba «Esa será mi casa», que en las últimas estrofas parecía presagiarle una fatalidad: …esa será mi casa cuando me vaya yo, /esa será mi casa, cuando te diga adiós.
«Te quiero, te quiero» estuvo situada durante muchas semanas en las listas de éxito de toda España, llegando luego los ecos a muchos países sudamericanos, donde iba a producirse la escalada de Nino Bravo con etiqueta internacional. Prueba de que la canción tuvo un impacto tremendo es que la grabaron posteriormente otros artistas, entre ellos Raphael y Carmen Sevilla, pero, aunque estas versiones fueron aceptadas con dignidad, no se concebía el tema sino en la voz personalísima, de clara dicción, potente, de Nino Bravo.
Ya se le conocería siempre por ese tema, y a él le sería más difícil remontar el éxito, aunque lo mantuvo hasta su muerte.
‘Pasaporte a Dublín’
Si, discográficamente, Nino Bravo era una figura y se conocía su voz nada más sintonizar con cualquier emisora de radio, su rostro no era aún lo sobradamente popular que correspondía a su recién estrenada fama. Le faltaba el espaldarazo de las revistas gráficas que plasmaran su figura y su intimidad y, por supuesto, su aparición en la pequeña pantalla.
A finales de 1970, Televisión Española convocó a diez intérpretes de la canción, para dirimir en un programa-concurso, «Pasaporte a Dublín», quién nos representaría en la capital irlandesa en el Festival de la Canción de Eurovisión. A lo largo de muchas semanas, la decena de intérpretes se esforzó por alcanzar el primer puesto que les otorgaría el billete, el pasaporte deseado, que, finalmente, fue a manos de Karina, como todos recordarán. Pero la voz masculina que más se consagró en este concurso fue, indiscutiblemente, la de Nino Bravo.
Quien esto escribe publicó, tres meses antes de que se fallara el citado programa, un retrato musical de cada uno de esos diez cantantes seleccionados. De Nino Bravo reflejé lo siguiente: «Es, entre los cantantes masculinos, de cara a Eurovisión, quien más adeptos cuenta», a la vez que hacía hincapié en sus dotes vocales y en otras circunstancias, como la de habernos representado muy dignamente en otro festival, el de Río de Janeiro, con el tema «Elizabeth», de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa.
No ganó Nino Bravo, a pesar de alcanzar una buena puntuación, como ya queda dicho. Dos meses después me diría que no sentía esa contrariedad, que a él le bastaba ya saberse popular entre todo el público español, que captó en seguida sus condiciones de extraordinario cantante.
Boda en la intimidad
Nino grabó otro disco, «Puerta de amor» y «Perdona». Tuvo menor aceptación. Con el siguiente, «Mi gran amor» y «Noelia», recobró otra vez el favor de sus incondicionales y de la crítica, sobre todo, en el tema citado en último término. «Noelia» también figuró en las listas de éxitos. Parecía que estaba dedicado a Miss Europa, que así se llamaba, pero su autor, Augusto Algueró, y su cantante, Nino Bravo, negaron tal cosa.
Hasta ese momento, Nino hablaba muy poco de su vida privada.
Carsi, el anteriormente citado manager personal del cantante, me refería: «Él ha sido siempre bastante tímido. Por eso, quizá, diera al público una imagen falsa a la realidad. Aunque tenía reacciones bruscas, era noble, como un hombre que nació en un pueblo».
Decimos esto porque, aunque no negó que tenía una novia en Valencia, nunca quiso aprovecharse publicitariamente del asunto. Por eso constituyó cierta sorpresa su boda, el 20 de abril de 1971 -fatídica casualidad la de su muerte, unos pocos días antes de cumplir su segundo aniversario de boda-, que se celebró en una iglesia de Valencia en la más estricta intimidad, permitiendo sólo que un fotógrafo contratado por su representante exclusivo, el señor Meri, estuviera presente en la ceremonia, y sin poder impedir, luego, que otro reportero gráfico de una revista juvenil madrileña captara, con sagacidad, el acontecimiento nupcial. La novia era María Amparo Esther Martínez Gil. Creo que fue la única novia que tuvo Nino. Hasta sus más allegados les hacían bromas, porque no sólo se hallaban muy compenetrados, sino que, incluso, tenían un singular parecido físico entre sí.
Pocos días después, no recuerdo ahora si fue a finales de abril o principios de mayo, este reportero, junto a Julián Torremocha, viajábamos hasta la isla de Tenerife, donde, en el Puerto de la Cruz, iba a celebrarse el festival de la canción con el nombre de tan incomparable lugar. En el fin de fiesta, de uno de esos días del certamen, actuó como figura Nino Bravo.
Nino se nos había escondido un poco para los informadores, porque aprovechó el viaje y fue del brazo de María Amparo para disfrutar, de paso, de la luna de miel. Cuando le insistí para hacerles el primer reportaje de recién casados acabaron por aceptar, aunque un poco a regañadientes. Nino, repito, no quería que su intimidad se viera trasladada a la prensa.
-¿Nino Bravo es un «boom»? -le pregunté en su apartamento.
-En absoluto. Soy un cantante que lleva dos años trabajando, con seis discos grabados, dos de ellos de larga duración. Poco a poco me voy abriendo camino, sin prisas. Fui el pasado año a Brasil y a Venezuela. Mi carrera es como una selva que voy descubriendo.
-¿Eres ya un ídolo? -insistí.
-No lo soy, ni quiero serlo. No es mi forma de ser.
-¿Qué es esa palabra para ti? ¿Qué significaría que tú fueras ídolo?
-Lo considero cuando las fans se cuentan por millones. Y todavía mis admiradoras no alcanzan esa cifra.
-¿No despiertas curiosidad cuando paseas por la calle?
-Sí; me reconocen, me piden autógrafos, pero no llegan a acosarme. Es mejor así.
Como se desprende de esas manifestaciones, Nino Bravo era todo modestia y humildad. Y no lo transcribimos ahora por puro oportunismo. Ya lo recalcamos en su momento.
Le pregunté por el mensaje de sus canciones. Respondió:
-Nunca quise ser cantante de mensaje. Lo mío es cantar al amor, aunque algunas letras de mis canciones tengan un poco de pimienta. Huyo, eso sí, de letras morbosas. El mensaje, yo creo, está en la gente, y yo canto para hacerles sentir una pequeña felicidad sin hacerles pensar; para evadirles con cosas bonitas.
Un padrazo
Lo que más ilusionaba al matrimonio era tener un hijo. En enero de 1972 les nació una niña, a la que impusieron el nombre de María Amparo. Un mes antes, la pareja había viajado por Argentina, Chile, Colombia, Venezuela y Méjico. Esta vez, cuando les entrevisté en el aeropuerto de Barajas, María Amparo se mostró más explícita conmigo que en Canarias
Me dijo que aunque valenciana de corazón y adopción, había nacido en Tánger. Me habló que siempre que le fuera posible acompañaría a su marido en sus desplazamientos.
La niña vino al mundo en Valencia. Ahora había cumplido catorce meses. Nino estaba el mayor tiempo posible junto a su esposa y a su hija. Precisamente hacía muy pocas fechas, había confiado a unos amigos que en noviembre próximo iba a convertirse de nuevo en padre. Quería tener un varón y formar la parejita. Los que le conocían bien no han vacilado en decirme que era todo un padrazo.
Tan celosamente guardaba su intimidad familiar que a muy pocos les permitía hacerle fotografías en su casa de Valencia. Y tampoco accedía a fotografiarse junto a María Amparo. En noviembre pasado les vi en Barcelona y, gracias a nuestra amistad, Nino aceptó que les hiciéramos juntos un reportaje. María Amparo se confesó lectora asidua de nuestra revista.
Mi última entrevista
No por pedantería, pero sí con la sinceridad que contiene, reproduzco algunos párrafos de mi última entrevista con Nino Bravo, ese día barcelonés, sentados Nino, María Amparo y yo en unos divanes del «hall» del hotel Balmoral, de Barcelona. Aún vería al cantante poco después, en enero, también en la Ciudad Condal, cuando recibió el postrer galardón de su corta vida, el Olé de la Canción. Pero recuerdo más la citada conversación. Me decía Nino:
-Yo podría producir noticias de escándalo, pero no me gusta. El otro día tuve un accidente de coche…
Un accidente de coche. Ignoro si Nino Bravo gustaba de la velocidad en carretera. No sería ético poner en tela de juicio esa duda. Pero es casualidad que entonces me hablara sobre el particular:
-Sí, fue yendo de Valencia a Barcelona. No me pasó nada, pero sí al automóvil. De todas formas pude haberme aprovechado y lanzar el suceso. No quise. Eso está al margen de mi profesión. No hay que acaparar demasiado. Me importa más decir que mis canciones se escuchan ahora mismo en Bélgica y Holanda, «que le tengo ganas a Europa», que voy de nuevo a Méjico…
-¿Es Nino Bravo únicamente una voz?
-Nino Bravo es un hombre que tiene una buena voz, gracias a Dios, bastante buena, pero que tiene un sentimiento, una forma de ser y expresar capaz de comunicarse con la gente. El éxito de un cantante no es sólo una voz, sino lo que puedas transmitir. Si no, quedaría frío. Cada vez que canto es como si interpretara una zarzuela. Más aún: con mayor esfuerzo. Porque tengo una gran vocación, porque estoy entregado a mi profesión y, ante todo, porque tengo recursos, la propiedad, el don de la voz. Sé que algunos días tengo que esforzarme, desde luego, pero me cuido, fumo y bebo poco… La diferencia entre quien canta lírico y quien canta ligero es que para lo primero hay que impostar la voz, y para lo segundo no hace falta. Con ser natural, basta.
-¿Quién tiene más mérito, Nino Bravo cantante o Luis Manuel Ferri, el hombre sin pseudónimo artístico?
-Nino Bravo es Luis Manuel. A Nino lo ha hecho éste, que tiene mucho más mérito, porque sabe tener a cada uno en su sitio.
Era la hora del almuerzo. Nino y María Amparo se fueron a comer marisco a la playa de la Barceloneta. Por la tarde volveríamos a vernos. María Amparo estaba presente durante los ensayos de aquella actuación de su marido, que empezó a cantar: Tiene casi veinte años y ya está cansado de soñar. Era «Libre», como una premonición, su último éxito, su testamento musical, aunque quizá tuviera preparadas más melodías. Pero con «Libre» se nos ha marchado para siempre este valenciano de voz fabulosa, extraordinario cantante, gran amigo.
Con mi oración, vaya también mi mejor recuerdo.
Manuel Román